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Transcurridos apenas unos días desde nuestro regreso a Madrid, permanece vívido en nuestra memoria todo lo sucedido y compartido durante esta última semana de travesía por el anillo Vindio, en el Macizo Occidental de los Picos de Europa. La imponente pared meridional de la Peña Santa, el enorme pedrero de la Llerona, los saltos de agua en la nebulosa canal de Trea, el roble milenario del bosque de Cuesta Fría… Todo y todos han fijado su indescriptible y maravillosa belleza geológica y natural en recuerdos que –hoy nos gusta imaginar– serán inolvidables…

Constituye ya una cita indispensable de nuestra agenda estival el reencuentro de los cuatro socios fundadores del estudio en Villasayas, el pueblo soriano que cada verano acoge la principal “sucursal” de la oficina de Gran Vía.

A mediados de julio volvimos a apreciar el lento transcurrir del tiempo y de las charlas sosegadas (en las que escuchar constituye el máximo placer); a pasear poco después del amanecer por la carretera –apenas transitada– de Fuentegelmes, desde la que es frecuente descubrir carreras de los huidizos corzos; a disfrutar de largos partidos de voleibol y de juegos de mesa… en resumen, a estrechar una amistad que –hoy también nos gusta imaginar– será imperecedera.

Pero la anhelada e imprescindible desconexión se produjo en las montañas y bosques leoneses y asturianos, en los que cada agosto –parafraseando a Henry David Thoreau– tratamos de “vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida” y ver si podemos “aprender lo que ella tiene que enseñar”.

Los recuerdos de tanta belleza salvaje y arrebatadora, y de una camaradería que volvió a brincar por encima de las convenciones y formalismos a los que nos arrastran las prisas y rutinas diarias nos ayudarán a tomar impulso en el arranque de un nuevo curso que se adivina repleto de desafíos y proyectos, ojalá, igual de apasionantes.

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